sábado, 27 de noviembre de 2010

Español...Un masón vocacionado prefiere el fluir suave a la velocidad


Comúnmente, para poco provecho del masón y de la Masonería, equivocamos el sentido del proceso del “Arte Real” al medir nuestro “trabajo masónico” en función de los grados, oficios y condecoraciones adquiridas.

¿Qué pasaría si el “criterio de excelencia”, si nuestra regla de 24 pulgadas, fuera cuán plenamente presente estuvo el masón durante ese proceso? Es decir, si midiéramos nuestro “trabajo masónico” desde la calidad con que se hizo la obra, considerando la cantidad de sentimiento y de pensamiento que subyace en el trabajo creativo de desbastar nuestra propia piedra.

El “Arte Real”, a través de las metáforas creadas con los símbolos y rituales, únicamente nos “construye “cuando experimentamos el proceso integral de la vida. Sin esa vivencia personal, todos los grados adquiridos no tienen ningún valor. Tal es el objeto cuando damos contenido a los símbolos y rituales, al mismo tiempo que con una actitud personal proactiva y con una “atención plena”, nos atrevemos a tomar las riendas de nuestra propia existencia, de nuestro propio condicionamiento.

Medir nuestro “trabajo masónico” sin este “criterio de excelencia” es reducir nuestro pase de un grado a otro a una mera vivencia mecánica y superficial. Y, lo que es más desafortunado, sin este “criterio de excelencia” es inviable nuestra propia construcción; ya que, desde esa postura y forma de vivirla: en el momento en que la empezamos ya está terminada, al confundir nuestro “perfeccionamiento “con unos grados otorgados por los hombres.

Un masón adiestrado sin más es una mera descripción de símbolos y rituales, creyendo que su “perfeccionamiento” consiste en un simple pasar de un grado a otro, está anclado en su pasado, y no está en condiciones de descubrir lo nuevo. No está en condiciones de vivir los trabajos “iniciáticos”, ni está en condiciones de recibir el mayor y más preciado regalo del “Arte Real”: el “autoesclarecimiento”.

Considerarse a sí mismo como una obra en construcción es el primer paso para seguir el mensaje del acróstico V.I.T.R.I.O.L., y , el masón cuya regla de 24 pulgadas contiene el “criterio de excelencia” prefiere el fluir suave a la velocidad.

Un masón debe tener cuidado en no basar inconscientemente o conscientemente su pertenencia a la Masonería en una lógica de competición, en una carrera por los grados.

Peor todavía, el masón identificado sólo con los grados, oficios y condecoraciones obtenidas o por obtener, tergiversa el sentido y la vigencia de la Masonería, su visión de la misma está completamente deformada y, por consiguiente, la percepción de su propia construcción. La única forma de volver a tener una visión correcta pasa por su propia reeducación masónica, “vocacionando” su interés por la Masonería. El camino del “Arte Real” empieza dentro de uno mismo, con la autoconciencia y la necesidad de buscar la verdad. Es una transición de lo externo a lo interno. Por ello, el don más precioso que un masón puede otorgarse es animarse a “vocacionar” su interés por la Masonería.

Aunque no lo percibamos, el beneficio del “Arte Real” siempre está presente, siempre está con nosotros. Es lo más real de todo lo real. No se ve, pero se pueden ver sus efectos.

Un masón vocacionado prefiere el fluir suave a la velocidad.