La Masonería, con el “Arte Real”, no nos proporcionará ningún “Beneficio Masónico” si lo que buscamos en ella viene impulsado por una huida o por un mecanismo compensatorio a nuestra “existencia” y “circunstancias”.
El “Beneficio” del “Arte Real no se construye al escapar o compensar nuestra realidad, sino en volver a nosotros mismos buscando la verdad y la lucidez: VISITA INTERIORA TERRA RECTIFICANDO INVENIES OCCULTUM.
A través de los “Símbolos” y los “Rituales”, del “Arte Real”, los masones debemos experimentar y sentir el proceso integral de la vida. Dotándolos, a estos “Símbolos” y “Rituales”, de verdadero sentido y carga emocional al comprender su relación con nuestra propia naturaleza y vivencias.
Un “Masón Vocacionado”, es decir, aquel que ha emprendido el proceso de despertar voluntariamente, no tiende a evadirse de la realidad. El “Masón Vocacionado”, preparado para un crecimiento interior radical y profundo, vive el seguimiento del mensaje del acróstico V.I.T.R.I.O.L. comprometiéndose con su vida, con la Fraternidad y con la vida de su sociedad.
El aspecto más significativo de un “Masón Vocacionado” reside en su propio trabajo: íntimo y secreto; el cual será incompleto si la “Nueva conciencia” y la “Lucidez” adquiridas a través del mismo no se aplican en su vida diaria y en su propia cotidianeidad: en su trabajo, en sus relaciones y en las respuestas a las situaciones planteadas en su entorno más próximo y en el resto del mundo.
En el “Masón Vocacionado” todo es “acción”: antes, durante y después de adquirir “nuevas conciencias”. Su trabajo consiste en desbastar y pulir su propia piedra, participando en la construcción del Templo de la Humanidad.
Un “Renacimiento de la Masonería” requiere redefinir el concepto de “práctica” y “acción”, mientras regamos la semilla de la “Masonería Vocacionada”. Un “masón vocacionado” sabe dónde reside la diferencia entre la “Masonería” y otros tipos de organizaciones.
En verdad, la gracia capital de la vocación masónica es, que aquel que la posee, “el vocacionado”, vive el ejercicio de esa vocación como su mejor recompensa.
Una recompensa mayor y más amada que todos los “pluses”, “primas”, “prebendas” y “sobresueldos” que pudiera alcanzar como consecuencia de pertenecer a una u otra logia, a una u otra obediencia.